1 de octubre de 2011

La historia en nuestras manos. Parte V

Diego Adrián Fernandez - 1 de octubre de 2011

Los próceres parecen personajes alejados en el tiempo y olvidados en los manuales y libros de historia que solo unos pocos leen por gustos, y muchos estudian obligados por los programas académicos.

Es llamativo darse cuenta que esos rostros pasan por nuestras manos a todo momento, durante todos los días del año. ¿Pueden ser tomados los billetes como punto de partida para un repaso de la vida y obra de estas 6 personas, a partir del cual analizar su valor para la historia del país y, en proporción a ello, entender si los valores en pesos le proveen a cada uno el valor indicado?

El debate ya se inició 4 entregas atrás. Cuatro diferentes héroes de la patria pasaron, ahora llega el quinto, tal vez, junto a Domingo Faustino Sarmiento, la personalidad más polémica y contradictoria de las que se analizan.

Juan Manuel de Rosas fue una personalidad que chocó contra lo que Sarmiento exaltaba y representaba, más allá de la diferencia en generaciones.





 Estanciero y proveniente de una familia rica de Buenos Aires, Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rosas – tal cual es su nombre completo – nació el 30 de Marzo 1793, fruto del matrimonio entre León Ortiz de Rosas y Agustina López de Osornio.


Desde siempre vivió ligado al trabajo y la administración de grandes campos, amasando cierta fortuna y poderío territorial en la zona, al punto tal de poseer al momento de su exilio gran parte de lo que hoy se conoce como Palermo, en el área del parque 3 de febrero.
 
En esos tiempos, estallaba la Revolución de Mayo y se ponía en marcha el sueño independentista. Cuando ello ocurría, Rosas se casaba con Encarnación Ezcurra. Tres hijos serían el resultado: Juan, María y Manuelita (Tal vez la más “famosa” para la historia)

 
Las grandes extensiones de tierra, con sus respectivas estancias y animales fue su mundo hasta que decidió ingresar a la vida política. Una vez consagrada la firma del acta de independencia el 9 de Julio de 1816, y con el país hundido en guerras civiles, Juan Manuel de Rosas gestó su popularidad y poder en la provincia que acumulaba la mayoría de los recursos y la ciudad más importante: Buenos Aires.

Tras la caída del Directorio (una de varias las formas de Gobierno que precedió a la Primera Junta de 1810), Rosas se acopló a la dinámica y compleja realidad política.

Es irónico pensar que sus primeros pasos involucraron la lucha para la gran provincia en el rechazo al ataque de una de las figuras más importantes del interior, el santafesino Estanislao López, con quien luego firmó un decreto secreto de paz (Tratado de Benegas), para ser, a partir de ello, un gran aliado en las compulsas permanentes con el resto del territorio argentino.

Típicas “amistades políticas” de turno. Una práctica muy común en el devenir de la historia.

A partir de esa unidad con el caudillo de Santa Fé, Juan Manuel de Rosas se codeó con los ideales federales, cuyos acérrimos defensores eran las más importantes figuras político-militares del interior del país.

Su rol en el día a día tomó más relevancia durante la guerra del Brasil (por el dominio de la banda oriental, la actual República del Uruguay).

Rosas colaboró con el entonces gobernador de la provincia, Dorrego, a encarar una revolución en su contra. Dorrego había sido obligado por tensiones diplomáticas a firmar la independencia del territorio en pugna, y esto fue tomado como una traición por miembros del ejército. Allí es donde se hizo importante la figura de su rival, el unitario Juan Lavalle, su posterior asesino.




A la izquierda, Dorrego, a la derecha, Lavalle




Paradojas de la historia: Ambos (Dorrego y Lavalle) descansan en el cementerio de la Recoleta, a no muchos pasos de distancia.

Un pacto entre Lavalle y Rosas para llamar a elecciones fue la calma efímera que limpió el camino del estanciero hacia el poder.

Su arribo a la gobernación de Buenos Aires, el 6 de Diciembre de 1829, con facultades extraordinarias y el mote de “restaurador de las leyes”, en pleno auge de la guerra de la gran provincia con el resto del país, lo ubicó en una posición donde tuvo que lidiar elegantemente con el egoísta y unitario pensamiento porteño y las “pseudo amistades” con los caudillos.

Atendió las demandas de líderes natos y de gran peso como Ramírez (Entre Ríos) y el mismo Facundo Quiroga.

Es justamente con este último con quien se lo relaciona en el episodio de su muerte, en Barranca Yaco, como gestor de su asesinato.
Monumento que recuerda la muerte de Quiroga
 
Se cree que esto fue así debido al gran poder que iba adquiriendo el caudillo riojano en el interior, gracias al impulso de sancionar una constitución federalista que el alentaba, que incluso lo colocó como posible competidor de Rosas por alcanzar Buenos Aires.

Fue durante este primer mandato en que Rosas firmó el conocido “Pacto Federal”, firmado por su provincia, más las de Santa Fe y Entre Ríos. Más tarde su sumaría Corrientes. El fin era simple: acordar unión ante el avance unitario. José María Paz era su representante más popular en ese momento.

El resto de las jurisdicciones se sumarían con posterioridad.











Hasta allí, Juan Manuel defendía fielmente sus ideales. No obstante, nunca olvidaría la influencia de la gran provincia que el comandaba. Nunca pensó en repartir los ingresos de la aduana. Entonces el federalismo quedaba solo a su conveniencia.

Más grave aún: Rosas atentó contra el intento de sancionar una constitución, aprovechando la paz momentánea del territorio. Eso dividió nuevamente las aguas.

Otro dado llamativo de la historia: Tras su salida del gobierno, se concretó la ocupación de las Islas Malvinas por parte del poder británico, que habían sido españolas al momento de la independencia.

Juan Manuel de Rosas inició el camino de “conquista del desierto” (El sur del territorio Argentino), en su salvaje y autoritaria campaña de 1833 y 1834, que sería completada décadas después por el General Roca, en unos de los más sangrientos episodios que enfrentó a dos argentinas totalmente diferentes.

En su segunda gobernación (13 de Abril de 1835, tras las dudas acerca del autor intelectual de la muerte de Quiroga), el gran estanciero olvidó la amabilidad, y salió a las calles a combatir la oposición ideológica con su grupo de choque, la famosa “Mazorca”, lo más parecido a una fuerza paramilitar para combatir al que pensara distinto. 


Uniforme de La Mazorca
Herramienta y objetivo tan “célebre” en la historia del país.

Para complicar aún más un panorama nacional lleno de desunión y guerras civiles, Francia, descontento por los acuerdos poco beneficiosos que sí había gozado Inglaterra cuando Rivadavia administraba “su” país aparte, bloqueó el puerto de Buenos Aires, e incluso llegó a pactar con militares como Lavalle para combatir con los federales del interior.

 
Posteriormente, el bloqueo también sería realizado por Inglaterra, ante el impedimento de navegar los ríos interiores, lo cual dificultaba el comercio directo con el interior.

Para combatir ello, Rosas aplicó una férrea resistencia, aún en inferioridad de condiciones, que incluso le valió la felicitación del mismísimo José de San Martín, que lo honró con su sable de regalo ante tal acción.



Muchos criticaron al padre de la patria por ello, ya que se entendió como un apoyo a un gobierno autoritario. Pero San Martín se ocupó de aclarar, que fue un reconocimiento a la defensa de la autonomía nacional.

Esta acción es recordada ahora a partir del “día de la soberanía nacional”, el 20 de noviembre. Un monumento en “La vuelta de Obligado” conmemora ese episodio.


Monumento en la Vuelta de Obligado

Pero pasado este conflicto, el poco democrático gobernador de Buenos Aires se enfrentó con el creciente levantamiento del interior liderado por Justo José de Urquiza, ex aliado del Restaurador, y también hacendado en muchos puntos inescrupuloso y con demasiados intereses en juego. Tal y como era don Juan Manuel.

Aunque puede destacarse la sancionada Ley de Aduanas –cuya aplicación fue esporádica – y cierto orden en su administración, su modo de hacer política era mal visto y repudiado en muchas partes del país.

La Batalla de Caseros ganada por el entrerriano Urquiza – con el lógico apoyo de los unitarios - determinó la salida de Rosas del poder, y del país, para morir en Southampton, Inglaterra, el 14 de Marzo de 1877. 

Justo José de Urquiza

Irónicamente, sus restos fueron repatriados en 1989 por un presidente que con su extravagante peinado y patillas, recordaba  - solo en apariencia, no en cuanto a prácticas e ideas – al caudillo riojano Facundo Quiroga, teóricamente muerto por órdenes de Rosas.

Otro dato de Color: Lejos una vez Rosas, todas sus tierras fueron convertidas por Sarmiento en una extensa zona de paseos donde prevaleciera la arquitectura europea y el verde natural, reflejados, entre otros, por el zoológico porteño. 


Rosas perdió en Caseros un 3 de Febrero, tal es el nombre del enorme parque inmerso en el barrio de Palermo.


Su tumba en el Cementerio de la Recoleta

Hoy sus restos descansan junto con los de su familia, en Recoleta.


Sin dudas un hombre que despertó, casi por igual, amores y odios respecto a su persona. La historia oficial lo ubicó como un perverso bárbaro. ¿Pero fue tan así?

Esto fue un intento de sumar a su conocimiento.

En línea con el eje de estas publicaciones, el debate continúa. ¿Son estas suficientes razones para ubicarse, según los valores de los billetes, por delante de San Martín y Belgrano, o incluso para permanecer en el del $20 impreso?

A opinar se ha dicho.



Ver también: La historia en nuestras manos PARTE I, PARTE II, PARTE III y PARTE IV