2 de octubre de 2011

Una pequeña reflexión higiénica

Diego Adrián Fernandez - 2 de octubre de 2011

¿Quién no sueña nunca con poder pisar firme en la vida, sin titubear en extremo ante la duda que un obstáculo enfrente nuestro, por más pequeño que sea, nos haga sentir?

¿Quién no desearía poder transitar un camino limpio de estorbos, sin que nada nos obligue a zigzaguearlos para tratar de evitarlos?

Seguramente todos, de algún modo y en algún momento, reflexionamos acerca de las limitaciones que la realidad y el contexto que nos rodea nos impone en ciertos tramos de nuestro paso por los caminos de la vida.

Si nuestros pies y piernas pudiesen hablar – aunque podría pensarse que la fatiga es un modo de expresión -, definitivamente la reflexión se tornaría en una queja, y no precisamente en voz baja. Y como todo forma parte de un mismo cuerpo, la protesta se traspasaría hacia fuera con la voz y razón de cada persona, cada individuo.

¿Hay una forma más metafórica de referirse a lo complicado que es caminar por las calles de la Ciudad?

¡Es todo un reto pasear por ciertas zonas de la gran Ciudad!

Si no son las baldosas rotas y las rampas desechas, es la basura que mina la vereda y la convierte en un verdadero terreno peligroso de caminar. Hay que tener cuidado en donde se pisa.


¿Por qué le cuesta tanto al argentino cuidar su propio espacio? ¿Hasta que punto el estado – en este caso, el Gobierno de la Ciudad a través del Ministerio pertinente – tiene la responsabilidad de cuidar la vía pública en general, si el ciudadano parece no querer colaborar?

Cierto es que el Gobierno local debe proteger las calles, paseos y parques a partir del cuidado diario. Esto implica limpieza, arreglo y/o colocación de infraestructura básica: baldosas, asientos, cordones, rampas en las esquinas y tachos en cada esquina.
Aunque también refiere a la sanción para aquél que es descubierto realizando algún ilícito. Esto es: escribir en las paredes y bancos – a menos que se trate de graffiti artístico autorizado -, omitir el tacho de basura para deshacerse de un papel o cualquier desperdicio y, más grave aún, debe castigar a quien destruye sin miramientos algunos de los elementos antes mencionados.

La guardia en los parques y paseos es fundamental y necesaria. Tanto como lo son policías honestos en las esquinas. Es seguridad en todo sentido. Una ciudad limpia y cuidada es una ciudad respetada por sus autoridades, sus propios vecinos y sus visitantes.


No obstante, hay algo que nunca se tiene que dejar de tener en cuenta: Las autoridades son argentinos también. El gobierno local no esta compuesto por marcianos que accidentalmente cayeron del cielo. Son habitantes de la ciudad, porteños o no. Es decir, son parte de nosotros.

¿Qué quiere decir esto?
Por un lado, no puede haber un guardia por persona, ni parado en cada recoveco de la ciudad.

Por el otro, las personas que políticamente deben hacerse cargo del asunto, son las mismas que, ya sin poder formal, caminan y ensucian nuestras veredas, cruzan sin precaución alguna nuestras calles y son quienes miran de reojo al tacho de basura como si fuese un enemigo del cual estar alerta.

Somos nosotros mismos.

El argentino en general, y en este caso particular, el habitante de la Capital Federal, sea porteño o no, es responsable directo de la suciedad que afea los caminos que transitamos todos los días.

No hay hipocresía que valga. Todos lo hemos hecho en algún momento: tirar un envoltorio de una golosina o un paquete de cigarrillos tras comprarlo en un kiosco, al salir de casa o en la boca de un subte.
Todos lanzamos algún pequeño desperdicio por la ventana del colectivo, del auto o del taxi, o le pifiamos al tratar de embocar en el tacho de basura, para luego no preocuparnos por volver a levantarlo.

 
No es necesario sumergirse en frías estadísticas del manejo de los desperdicios en la Ciudad. Simplemente hay que salir, y caminar Buenos Aires, y tarde o temprano, la reflexión aflorará en la mente. Y si somos un poco inteligentes, la autocrítica será el complemento fiel a dicha reflexión.

La higiene debe bajar en forma vertical desde el Estado como política de estado. Pero es esencial la respuesta del ciudadano común y corriente. Ningún cesto enganchado a un poste sirve si el transeúnte no entiende su utilidad.
 

La concientización para la separación de los residuos no es efectiva si la campaña no es acompañada con el valioso acompañamiento de la educación formal, y el debido castigo a quienes no deseen colaborar.

Hay que eliminar de raíz el pensamiento inconciente de “total, lo limpia otro” que impulsa a todo vecino a ensuciar como le plazca.

No existe cambio inmediato. La cultura de la pulcritud y la protección de la vía pública es un proceso cultural que llevará su tiempo afianzar. Pero si nunca damos el puntapié inicial, más años costará.

Estado, educación formal, y conciencia popular. El orden de los factores no altera al producto. Lo que lo altera es cuando uno de esos elementos falla. Peor resulta cuando los tres equivocan los métodos y deslindan responsabilidades.

Nunca es tarde para empezar. Aclaremos el camino, e intentemos pisar con seguridad. Y no habrá que preocuparse por los estorbos y obstáculos palpables y visibles. Solamente atenderemos aquellos que nos limiten el progreso en la vida profesional y social.