30 de mayo de 2014

Un lápiz, un delantal, y una vida dedicada, de una maestra sin igual

Diego Adrián Fernandez - 30 de mayo de 2014

Nota: Andrea Verónica Fernández (Prof de Nivel Inicial)

El pasado miércoles 28 de mayo se celebró el Día de la Maestra Jardinera y de los Jardines de Infantes en todo el territorio de la República Argentina.


Muchas veces, quizás por costumbre o tradición, solemos celebrar el día que diversas profesiones, oficios u otros destacados “sostienen” en el calendario anual, y no nos detenemos a interesarnos o formar conciencia del porqué estamos elogiando tal o cual trabajo, logro académico o lo que fuere.

En el común de nuestro imaginario colectivo, rara vez solemos conocer la historia detrás de nuestras efemérides, de nuestro “Feliz Día”.

De este modo, nos perdemos la oportunidad, quizás, de descubrir un dato que nos impacte o sorprenda: Un acontecimiento histórico, un “personaje” o personalidad, algo que propició destacar esa fecha en el calendario, y que cobra un significado particular y se vuelve efeméride.

Y como no es para menos lo que propone la idea anteriormente sugerida, cabría un pequeño espacio aquí, deseando éste sea nutritivo, para conocer el porqué el 28 de mayo los docentes de Educación Inicial nos vimos o sentimos convocados a un saludo de “Feliz Día”. 

Cada felicitación amerita, un reconocimiento a la “patrona” de este día a modo de elevarle un breve pero fructuoso homenaje.

Rosario Vera Peñaloza nació el 25 de diciembre de 1873, en el pueblo de Atiles, Provincia de La Rioja.

Proveniente de un árbol genealógico familiar con raíces de prestigio en la hacienda de tierras, y rodeada de sus padres y sus tres hermanos mayores, Rosario creció en el paisaje campestre de su suelo riojano natal, nutrida en el afecto que su pueblo y su familia habrían de brindarle y sin saber aún el destino que “escribiría” sus más importantes pasos en la vida.

Siendo huérfana de ambos padres en los tempranos años de su pubertad, y habiendo fallecido su hermano mayor poco tiempo después de su nacimiento, Rosario debió “refugiarse” en la compañía de sus dos hermanos mayores y bajo la tutela de familiares que le fueron próximos y le dieron cobija.

Su escolarización a Nivel Primario debió concretarla en la Prov. de San Juan, lo que la apartó durante algunos años de su amada tierra riojana a la cual regresó hacia 1884, para ingresar con sus 11 años de edad a la Escuela Normal de La Rioja, en su primer año de apertura tras su fundación por las maestras norteamericanas Annette Haven y Bernice Avery. Desde allí, comenzaría a delinear sus primeros pasos de amor por la enseñanza…

Poco tiempo después, influenciada por sus deseos de formarse como educadora y así poder ejercer como tal, se traslada a la ciudad del Paraná, Prov. de Entre Ríos, y se instruye con una maestra que, con el transcurrir, se convertiría en una educadora ejemplar: Sara Eccleston.

Así, hacia 1894, se consagra como docente con el Título Superior de Enseñanza, su primer gran logro académico, y construye los primeros escalones hacia una modalidad de enseñar que le fuera propia y, a la vez, renovadora…Transformadora.

Sus comienzos como maestra, profesión que ejerció con bendecido placer y destacado desempeño, le serían reconocidos en su pueblo natal y ciudades aledañas. Y es aquí que el fruto de sus años como educadora empezaría a florecer con la creación del Jardín de Infantes en el año 1900, como espacio complementario de la Escuela Normal de La Rioja, espacio que generaba un cúmulo de novedades y posteriores avances para la historia educativa del país.
Busto en La Rioja, en lo que fue el Primer Jardín de Infantes en Argentina

Su fundación resultó tan inspiradora de progreso, en tanto era novedoso el hecho de la apertura de un área educativo para infantes, que pronto se extendió el modelo naciente a las ciudades de Buenos Aires, Paraná y Córdoba, que también aspiraban a ofrecer espacios e instituciones pedagógicas de excelencia en el país.

A partir de la creación del Jardín de Infantes, no restaban lugares vacíos para comprender que su vida se hallaría hasta el último de sus días signada por el amor hacia la enseñanza. 

Así fue que, entre algunos cargos destacados, ejerció la vicedirección en la Escuela Normal de La Rioja hacia 1906, se trasladó a Buenos Aires en 1912 para ocupar la dirección de la Escuela Normal N° 1 hasta 1917, y se desempeñó como Inspectora de la Enseñanza Superior, Normal y Especial en el sector de escuelas municipales.



Además, adquirió alto reconocimiento no sólo por el enriquecedor y culto nivel de enseñanza que impartía en diversas instituciones pedagógicas, sino también, por la calidad, la perseverancia y la sólida formación con las cuales promovía la educación argentina y su progreso.

Hacia 1926, con 53 años de edad, Rosario Vera Peñaloza decide jubilarse de su destacada actividad en el campo de la enseñanza, no sin continuar esparciendo dicho amor eterno hacia el saber.

Como uno de sus últimos logros conocidos públicamente, se le reconoce en 1931 la fundación del Museo Argentino, ubicado en el Instituto Félix F. Bernasconi, al que ofreció su tiempo y dedicación incondicional durante sus últimos años de vida, demostrando una vez más su profunda pasión por transmitir, enseñar y construir “espacios” de crecimiento y alfabetización continua.

Tras una lucha contra su enfermedad, cierra sus ojos en el sueño profundo el 28 de mayo de 1950, dejando a su partida un inmenso legado de palabras, gestos, hechos, creaciones y logros que dejarían huella, para siempre, de una persona que soñó y se forjó aquello que en su deseo siempre encontró.

A su memoria, y porque sus pasos, profundos de amor hacia la enseñanza, nos permiten ver más, mucho más de lo que podamos leer sobre esta GRAN maestra, es que el 28 de mayo se conmemora el Día de la Maestra Jardinera y el Día de los Jardines de Infantes, en todos las aulas, salas y rincones de nuestra República Argentina.

Que a su figura enaltecida, a su labor educadora incondicional y dedicada, y a las huellas que de su corazón y sabiduría impregnó nuestra educación, sea su eterno recuerdo y glorificación, cada vez que un acto educativo nos enorgullezca y nos permita crecer. Y que su huella fiel siga estando presente cuando un próximo 28 de mayo volvamos a proclamar “¡Feliz Día!” a nuestras queridas maestras jardineras.

Aquí se ha intentado dejar reseña al homenaje de una persona que supo lo que quiso ser… Y así lo hizo… Rosario Vera Peñaloza.


Dato: En el barrio de Puerto Madero, el sector de la Ciudad conocido por el recuerdo de mujeres argentinas reconocidas en la historia en la denominación de sus calles, hay un tramo destinado a la memoria de Rosario Vera Peñaloza.