Balance y análisis. Renovación de
lo incumplido, surgimiento de nuevos proyectos. Todos conceptos familiares que
trae consigo el cierre de cada año.
Es ese procedimiento mental, casi
obligado que sentimos, aunque también necesario, de realizar un recorrido hacia
atrás, y recordar cuales fueron nuestros logros y cuáles son las cuentas
pendientes.
Entonces todo parece
magnificarse: Las alegrías, los errores cometidos, los incumplimientos y el
crecimiento. Aún haciendo un fugaz sobrevuelo por nuestros recuerdos,
encontramos detalles que, normalmente, se nos escaparían. Pero diciembre viene
con esa carga especial.
Proyectos personales y
profesionales. Nuestras rutinas, y las vidas de los seres queridos. Todo
prolijamente colocado en una estantería imaginaria de prioridades y buenos
deseos.
Todo ello es válido, lógico y,
repito, necesario. ¿Qué hacemos nosotros para que esa estantería no se
desmorone? Cada uno sabrá. Si las herramientas son fieles, honestas y limpias,
cualquier potencial temblor, tendrá su provecho oculto.
De todos modos, estas interrogaciones para un futuro que se
aproxima, son transferibles a un plano más amplio: ¿Qué hacemos cada uno de nosotros para que
todo deseo de bienestar pueda traducirse en algo visible, tanto a nivel
individual, como también, y en particular, a nivel grupal?
Humildemente, creo que allí radica
el primer escollo: Como vecinos, como
ciudadanos comunes y corrientes, tenemos serias cuentas pendientes, importantes
falla a las que deberíamos prestarles atención.
No es la intención de este
relato-descargo sumergirme en las densas aguas del debate partidista. Para
nada.
El vecino de la Ciudad de Buenos
Aires – sea porteño o no – se balancea entre dos extremos bien marcados. Esto
también puede fácilmente aplicar a todo el que habite suelo Argentino. De Norte
a sur, de este a oeste.
Somos capaces de organizar
actividades culturales y sociales de elevado nivel artístico.
Actividades culturales abundan en la Ciudad |
Estimulamos el surgimiento
y evolución de espectáculos barriales independientes, nos esforzamos por hacer
de Buenos Aires una ciudad atractiva, atrapante, donde muy difícilmente te
aburras y no tengas un plan. Nos unimos para cuidar la esencia barrial, para
proteger nuestros espacios y edificios. Muchas más cualidades definitivamente
se me escapan, surgen tan instantáneamente que mis dedos al teclado no
corresponden a esa velocidad.
Sin embargo, al caminar las
calles de esta metrópolis, nos topamos
con escenarios tristes, incómodos. Desde lo palpable (Suciedad, descuidos
varios), hasta lo que se puede sentir (Tensión, desinterés por el de al lado,
etc.)
También tenemos inseguridad,
indigencia, desigualdad. Pero repito: No
quiero que mis palabras se contaminen con fríos números ni posturas ideológicas,
más allá que es tentador dejarse llevar y comenzar a criticar – con argumentos
– a tal o cual gobernante, funcionario, diputado o partido político. De todos
modos aspiro al sentido común, si es
que todavía funciona.
Para ello, propongo un simple ejercicio: Salir a caminar la ciudad. No pido
que seamos conocedores de su historia ni nos especialicemos en nada. Solo
salgamos a caminar.
Una vez que todos, al menos los
que humildemente nos consideramos como “buenas personas”, entendamos que
depende de nosotros la completa transformación de ser una comunidad “cómodamente
pasiva” a una comunidad más “sanamente activa”, entonces pequeños cambios
podrán hacerse realidad.
Cada aporte posible – lo que
comúnmente llamamos “granito de arena” – surge desde la voluntad propia. El efecto contagio está a un paso de
distancia.
·
Extendamos la mano ante el que se cae. No
tenemos porque acelerar el paso. Caminemos a velocidad moderada, y seremos
capaces de ver mucho más allá de nuestros pies.
·
No ensuciemos nuestro entorno. No decoremos de
manera asquerosa nuestros caminos, aquellos que día a día nos llevan de acá
para allá, y de allá para acá.
·
No destruyamos. Una marca, una rotura, un golpe
que demos. Cada herida que le hagamos a nuestros edificios, es una herida para
la Ciudad.
·
No crucemos arriesgadamente ni enfrentemos la
velocidad de nuestros pasos con lo que se acerca: No vale la pena. Son unos
pocos segundos de tu vida, no te mandes si el otro se manda. Observa, mira, no
bajes todavía. El color verde será la señal.
·
No nos asustemos con los bastones blancos ni le
escapemos a las sillas de ruedas. Ellos son nosotros, nosotros somos ellos.
Somos lo mismo.
·
Respetemos a quien viene de allí y al que va
para allá. Apurones, retrocesos y urgencias, todos son válidos, pero no justifican
el egoísmo callejero. No deberían al menos.
·
Si vemos una injusticia, no seamos injustos. No
tengamos miedo de acercarnos y preguntar. “Duele el alma”, genera temor,
inseguridad o crees que nada de lo que hagas servirá. Hasta te convencerás que
no es tu tarea. Es entendible que así lo pensemos. Cuesta dar ese paso, pero no
le esquivemos a la situación. Somos todos ciudadanos y vecinos.
Enumerar es fácil. Criticar
también. Achacarle todo mal al resto, ¡más simple todavía!
Usemos los buenos ejemplos, de
los tantos que nos rodean, y marquemos la diferencia.
Para el nuevo año, sumemos un
pequeño ejercicio a nuestra estantería de prioridades, allí donde apoyamos
nuestros proyectos y los más puros deseos para nosotros y los nuestros:
Caminemos Buenos Aires.
Entonces toda base se
fortalecerá. Y el 2014 será mejor. Definitivamente lo será.
Diego Adrián Fernández