Sergio Abrevaya: Ex diputado de la Ciudad de Buenos Aires
Antiguamente el sabio atesoraba todo el saber de su tiempo. Con la modernidad y la ciencia experimental moderna llegaron los maestros de cada fragmento de aquel Todo, los sabios de las nuevas disciplinas. Dictaban sus clases revelando al discípulo las verdades indiscutibles de su ciencia.
Con el acceso masivo a la educación el modelo aristocrático maestro - discípulo trocó en el modelo docente - alumno, pero sobre la misma premisa: el alumno receptando información y el docente (maestro o profesor) como su fuente de conocimiento. Así, en un orden más explicativo que cronológico, llegó la alfabetización, luego la obligatoriedad de la enseñanza primaria y se fueron abriendo los liceos: las escuelas de segunda enseñanza enciclopédica cuya posterior consecuencia fue la creación de institutos terciarios de formación específica de profesores secundarios.
En estas latitudes hubo un coloso que impulsó esa gesta, Sarmiento, y una ley 1420 que la desplegó con potencia democrática e igualadora hasta mediados de los años setenta. Hasta entonces varias generaciones accedieron a una educación de calidad históricamente considerada.
Hace varios años está sonando la campana de alarma para que volvamos del largo recreo: conservamos aquella escuela del siglo XIX, con docentes que se forman en los institutos del siglo XX y con alumnos del siglo XXI, incapaces de entender el sentido de la secundaria enciclopédica cuando en Internet acceden a un universo de información que a pesar de ser inorgánica, a menudo confusa y en su conjunto caótica, es infinitamente más rica y plural que la ofrecida por el actual formato escolar.
En el D-bate Secundaria 2020 que impulsa el Consejo Económico y Social, miles de personas, entre ellas estudiantes, docentes, padres y personaldiades de distintos quehaceres, participan de estas reflexiones. Un papá que pidió la palabra en el foro realizado en la escuela de su hijo interpretó el sentir general y me dió el título para esta nota: basta de llorar a Sarmiento, reinventémoslo.