2 de febrero de 2012

Seguimos sin aprender

Diego Adrián Fernandez - 2 de febrero de 2012


Mal acostumbrados estamos a leer y escuchar, casi constantemente, los mismos títulos día tras día. Hay ciertas palabras que tristemente se repiten cuando nos informamos por cualquiera de los medios de comunicación: ‘Tragedia’, ‘muertos’, ‘asesinato’, ‘secuestro’, ‘robo a mano armada’, y tantos otros.

Generalmente, el primer análisis se encierra a lo que puede denominarse como ‘Inseguridad’. En gran parte esa observación es correcta. Pero hay otras variables que se manifiestan y potencian una lamentable realidad: No hay respeto por la vida.

Los tradicionalmente conocidos como ‘casos hito’ o ‘ejemplo’ en distintas modalidades en que la tragedia se hace presente, parecen no ser nunca suficientes.

¿Qué significa no aprender de la experiencia?

Sobreabundan los accidentes automovilísticos por imprudencia de los conductores y de los peatones, tanto sea en caminos urbanos o rutas. Pero así y todo, seguimos manejando acelerada e irresponsablemente, y seguimos cruzando con el semáforo en rojo mientras los autos se acercan velozmente.

No escasean las terribles noticias de criminales y violadores que reinciden en el delito, y nos enteramos que fueron puestos en libertad sin cumplir condena por motivos que no vale la pena mencionar, ya que es injustificable reducir la pena a alguien que mató y/o violó.

Todo el tiempo nos enteramos que hechos de violencia entre jóvenes en la vía pública se cobran mínimo una víctima mortal. Y la moda de los últimos tiempos es el ataque contra el género femenino: Golpizas y masacres que, no en pocas ocasiones, finalizan con un alma menos.

El control gubernamental (Nacional, provincial y municipal) también es directamente responsable en muchas ocasiones. Las habilitaciones, los permisos, las concesiones. Todas modalidades bastardeadas.

Estas situaciones recién contempladas, no son más que una mera ilustración de la cotidianeidad que nos gustaría poder evitar leer, escuchar, apenas percibir. Sin embargo, está latente, muy presente en la actualidad de un país que desde las instituciones, parece no aprender de las lecciones que el destino y la vida nos depara.

La violencia esta asquerosamente impregnada. Todos parecemos extremadamente irritables para con el vecino, el transeúnte, el pasajero o el comerciante. No es necesario profundizar en estadísticas frías y crudas. Solo hay que saber palpar la realidad.

No hay “sensaciones” ni “terrorismo mediático”. Hay realidad. Y lo que falta es el compromiso con el castigo y la sanción. No hagamos uso de la palabra ‘represión’. Es necesario que desde la justicia y las autoridades estatales se aplique correctamente la condena que un crimen, un delito o una mera irresponsabilidad merecen.

De fondo, existe una solución que no es contemplada por los acelerados tiempos en los que la Argentina vive: La educación.

La enseñanza básica a través de los años de aprendizaje en la escuela primaria y secundaria debería abarcar conceptos tales como la paciencia, la voluntad, la responsabilidad y el respeto hacia las normas y el prójimo.

Y por sobre todas las cosas, hay que revalorizar la vida. Vivir es un privilegio que nos es concedido por la naturaleza humana. Aunque la erradicación de la violencia en todas sus alternativas es casi un pensamiento utópico, no es de simple soñador pensar que podemos aprender a respetarnos.

Todo constituye un proceso de mentalidad colectiva que llevaría años modificar. Pero si nunca ningún poder da el puntapié inicial, ¿cuánto más estaremos viendo morir a argentinos en las calles, por accidentes evitables, o violencia desmedida?

Actualmente, la vida vale poco. Si hay algo que tiene que subir, es el valor que le otorgamos. Y las penas y condenas para quienes le quitan el derecho a vivir a otro ser humano requieren una severa evaluación. No hay aprendizaje si no hay educación. Y no se escarmienta hasta que sea totalmente claro el castigo y la sanción.