13 de septiembre de 2011

Una pequeña reflexión vial

Diego Adrián Fernandez - 13 de septiembre de 2011

Levantarse temprano y observar impactado los noticieros el día de hoy, curiosamente un martes 13 de septiembre, no fue la mejor manera de iniciar las actividades cotidianas.

¿Acaso eso tiene algún sentido decirlo, cuando 11 vidas fueron truncadas de sus sueños y proyectos por una nueva manifestación de la inseguridad vial que cada argentino sufre constantemente?

Un tren que no puede detenerse. Un colectivo que avanza. Una alarma de alerta que incesantemente suena y corta el opaco silencio de la mañana, y una barrera defectuosa que no cumplirá su función.
Una aberrante combinación que destruyó once realidades, e hirió gravemente otras tantas. Once futuros que no podrán ser alcanzados, y un mañana con pronóstico reservado a nivel físico y psicológico, para otros tantos.

La línea de trenes Sarmiento, y la línea 92 de colectivos acaban de escribir con sangre una página más dentro del interminable archivo de accidentes viales en el país y, en este caso particular, la Ciudad de Buenos Aires. De hecho, es el incidente más terrible del último medio siglo.

¿Qué pasará a continuación? ¿Nos lamentaremos durante cierta cantidad de días, para que luego el tema se pierda indefectiblemente detrás de otras temáticas en la agenda?

¿Durante cuantos días escucharemos las responsabilidades que esquivarán alevosamente los culpables de tal tragedia?

TBA culpará al difunto chofer del colectivo, por avanzar lentamente sobre las vías, cuando podría haber descendido del vehículo y observar de a pie, antes de aventurarse hacia delante, al son de la alarma.
La línea de colectivos recaerá sobre TBA y la ausencia del guardia que controlaba el paso vehicular debajo de la barrera extendida (¡en 45º!) y que, 16 minutos antes, dejó su lugar vacante para el reemplazo que nunca arribó.
Ambos podrían quejarse por las tareas de soterramiento prometidas y que, hasta el día de hoy, continúan aplazadas en la incoherencia de las prioridades estatales.
Todo conductor pensará en los minutos perdidos ante la barrera, mientras la alarma anuncia el paso de una formación que tarda más de 10 o 15 minutos en pasar.

¿Quién asumirá efectivamente su responsabilidad? ¿Alguien lo hará?

¿Alguien tontamente se animaría a garantizar que el día de mañana ningún accidente ocurrirá en otra vía, algún anden, la plataforma de una estación o un descuidado paso a nivel?

Lo dudo.

Por un lado, la pregunta surge inevitablemente: ¿Cuándo se invertirá concretamente en uno de los transportes más rápidos y seguros? Pasos a nivel, soterramiento, estaciones, formaciones. Todo relegado en el tiempo.

Sin embargo, no cada falla pasa por la figurita repetida de la reactividad, con carencia total de proactividad. ¿Cuándo será el día en que, como ciudadanos comunes y corrientes, pensemos que la seguridad vial no es un palabrerío más de los medios de comunicación, sino una política que debe partir del conductor y peatón común, con el complemente básico de políticas de estado?

¿Hay una sola culpa?
NO

Son varias. Lo triste es que nadie dará el paso al frente sin antes entender el error propio. No. El error será, si o si, del otro.