"Felices tiempos aquellos en que se
puede sentir lo que se quiere y decir lo que se siente".
Tal fue
el deseo de libertad de expresión y de prensa que expresó Mariano Moreno,
pionero y modelo ineludible de ética periodística y compromiso con las ideas,
fundadas con base en la matriz independentista que tanto él como otros héroes
de la Patria
defendieron con ardua pasión y convicción.
El
nacimiento de La
Gaceta de Buenos Ayres significó el puntapié inicial para un oficio que creció a la par
de los diversos procesos políticos y sociales que marcaron profundamente la
evolución de una nueva República, la cual al día de hoy todavía ve lejano su
techo de crecimiento, ansiando ver realizado la utopía de convivir en un mundo
donde opinar diferente no signifique el quiebre social ni el caos.
Más de
200 años después del establecimiento de las bases para un país libre e
independiente – Recordando que la independencia en papel fue firmada el 9 de
Julio de 1816 - el paso del tiempo y los avances tecnológicos causaron una
mutación a nivel comunicaciones, a la cual el periodismo tuvo que adecuarse
para ‘reposicionarse’ como profesión dentro del dinámico mundo cibernético que
inunda de datos el espacio al que cualquiera puede llegar.
No
obstante, el periodista debe conservar y no traicionar el objetivo esencial con
el cual nace y desarrolla su actividad: Serle fiel y funcional a los intereses del
pueblo, aún cuando las ideas y miradas difieren en cientos de formas.
Es en
la calle y con la gente donde el periodismo se desenvuelve, mundo y realidades
a las que debe respetar, saber entender, y cuyos valores y sensaciones debe transmitir
con la mayor exactitud posible.
El
periodista tiene por obligación saber utilizar de manera ética y honesta el
gran poder que la palabra calificada a través de los distintos medios de
comunicación le confiere.
Sería
hipócrita catalogar de totalmente puro al mundo periodístico, ya que, como en tantos otros ámbitos de la vida
laboral y profesional, las ‘ovejas negras’ pululan por todos lados, jugando
peligrosamente con su llegada al público y los sucios juegos de seducción que con
grupos de influyente poderío económico – político se lleva adelante.
Esa
enorme capacidad de influencia que el periodismo indudablemente ostenta sobre
el mundo social y político es origen del odio que un grupo de gente – movilizada
y dirigida por líderes a veces poco iluminados – puede profesar hacia la labor
periodística.
Y ello
se potencia en un contexto de educación endeble y la poca motivación al debate
serio que entre los distintos grupos sociales debería realizarse – ya que
enriquecería tanto miradas compatibles como contrarias.
Factores
internos y externos que bañan a la profesión de desconfianza y ausencia de
credibilidad.
La
‘independencia periodística’ no existe como tal. Los medios de comunicación son
empresas lucrativas que, indefectiblemente, se asociarán a una línea de
pensamiento que en la práctica no puede siquiera cuestionarse. Esencia lógica, entendible, pero no siempre
justificable.
Sin
embargo, nunca hay que alejarse de los ideales con los que cualquier serio y
correcto ser humano creció. Ello no
quiere decir que las críticas son bombas de ataque masivo que hay que repeler
con dureza y violencia.
La diferencia es siempre enriquecedora – cuando se las haga y se las reciba con respeto y
argumentos - y hay que aprender a entender al otro.
Tal
precepto se encuentra ausente actualmente en la práctica, y es tan necesario
reivindicarlo, no solo desde las más altas esferas del cargo público, sino desde
la comunidad en general.
La
prensa informa, forma y educa. Sencillamente hay que entender eso. Aquellos que
transmitimos, sea desde el más grande medio (Televisión, radio, gráfica e
incluso Internet) hasta la más pequeña hoja de un diario de barrio o un humilde
sitio de internet, debemos comprometernos a no darle la espalda a la verdad y
la justicia que desde la palabra se debe impartir.
No se puede ser enteramente objetivo, pero
que dentro de la subjetividad que se aplica a cada idea, se sepa hablar con el
fuerte sustento del argumento y el documento como apoyo, y no simplemente ‘hablar por hablar, sin importar si se
dice la verdad’, solamente para captar la atención y ganar ‘simpatizantes’.
Día a día deben revalidarse los
más puros valores que sirvieron de sustento para la labor periodística desde
sus inicios, para luchar contra las irregularidades ideológicas y las prácticas
poco honrosas. Existen maneras sanas de hacer tal labor, y de unir a distintos
mundos y sectores sin manejar la información a discreción.
La utopía puede ser un sueño…pero
una sociedad más responsable y unidad puede ser tranquilamente una realidad.